Felipe Gonzáles
Zapatero
La llamada tasa Tobin, ideada por el economista estadounidense James Tobin para gravar las transacciones financieras internacionales, está un poco más cerca de hacerse realidad en la UE. "Alguien tiene que tomar el liderazgo y Europa puede hacerlo", indicaron ayer fuentes comunitarias muy próximas a la elaboración del proyecto para el nuevo impuesto.
Los trabajos están tan avanzados que ya parece resuelto el escollo sobre el lugar de imposición de una tasa que, por su naturaleza, afectará en muchas ocasiones a operaciones transfronterizas o ejecutadas en un país distinto al de los protagonistas de la transacción.
El proyecto elaborado por el departamento de Algirdas Semeta, comisario europeo de Fiscalidad, prevé que la tasa se liquide en el domicilio principal de las entidades financieras que participen en la operación, con independencia de la plaza donde se lleve a cabo física o virtualmente. Si un banco español, por ejemplo, realiza una compraventa de acciones o bonos con un banco finlandés en la Bolsa de Fráncfort, cada entidad deberá liquidar su parte del impuesto ante las autoridades fiscales de Madrid y Helsinki, respectivamente.
La propuesta de Bruselas evita que los recursos generados por el nuevo impuesto se concentren en los países europeos con mayores centros financieros. Los datos manejados por la Comisión indican que un impuesto sobre transacciones de acciones, bonos y derivados financieros aplicado en el lugar de ejecución de la operación reportaría a las arcas públicas de Londres 10 veces más que a las francesas y cinco veces más que a las alemanas.
La diferencia sería mucho menor si se eximiera del impuesto a los derivados. Pero la propuesta de Bruselas, según fuentes comunitarias, prevé una tasa "con la base imponible lo más amplia posible, incluyendo también los derivados". Curiosamente, quedaría exenta la compraventa de divisas, que era el objetivo de la tasa Tobin original. El motivo de esa exclusión sería la posible incompatibilidad de la tasa con la libre circulación de capitales que impera en el seno de la UE.
El codiciado destino de varios miles de millones de euros
La tasa Tobin ha pasado de ser una quimera de los movimientos alternativos a convertirse en el objeto de deseo de las Administraciones europeas. Su enorme potencial de recaudación ha desencadenado ya una lucha sobre el destino de unos ingresos que podrían oscilar entre 20.000 y 150.000 millones de euros. La propuesta que la Comisión Europea aprobará en las próximas semanas aboga por destinar esos recursos al presupuesto comunitario, una posibilidad que no cuenta con demasiados adeptos en las capitales europeas. Para intentar ganar apoyo, Bruselas ofrecerá a los Gobiernos la posibilidad de gravar las transacciones con una tasa superior a la mínima (del 0,1% y 0,01% para los derivados) y quedarse con los ingresos adicionales. París y Berlín parecen más bien partidarios de que la tasa vaya a parar a las arcas nacionales.
La cifra
0,1% de gravamen mínimo para operaciones con bonos y acciones prevé la propuesta de la Comisión, y del 0,01% para derivados.
Lo que James Tobin proponía en realidad era una tasa impositiva de entre un 0,1% – 0,25% sobre el importe de la transacción realizada. El objetivo era desestimular el flujo de capitales para operaciones a muy corto plazo. La tasa perseguía contrarrestar la ganancia obtenida, que en este tipo de operaciones siempre es muy reducida. En palabras del propio Tobin, “echar arena al aceitado mecanismo de las especulaciones que hacen viaje de ida y vuelta en días o pocas semanas“. Claramente la cabeza se nos va directa a los instrumentos financieros complejos, de alto riesgo y alta volatilidad (hipotecas subprime). ¿Y por qué? Simplemente porque la ganancia real en este tipo de operaciones se consigue por la velocidad a la que se mueve el capital en cuestión. Como son varias las personas o entidades que están implicadas en estas operaciones especuladoras, hasta el punto de realizar varias operaciones en el día. Al tener que pagar la tasa Tobin por cada una de las operaciones realizadas, los intermediarios se pensarían mucho llevar a cabo esos movimientos cortoplacistas, principalmente por el hecho de que sería complicado obtener algún tipo de ganancia. Si el movimiento es a un año, la operación no se vería afectada por ningún tipo de imposición, no estaríamos ante algo próximo al riesgo.
Si nos referimos a más de un año en el tiempo, la idea que se buscaba con la tasa Tobin, nada tenía que ver con el control de los mercados que ahora se buscaría, poner un freno al tráfico de cambio de divisas, sino que con lo recaudado se pensaba en una forma de reducir la pobreza (que en realidad es más un problema de producción que de distribución de la riqueza). De ahí el interés del movimiento antiglobalización para financiar sus proyectos con los que mejorar el mundo, y por buscarle una salida a esta recaudación. Pero como comentamos, éste no era el aspecto importante de la tasa.
Ahí fue donde los liberales se mostraron poco conformes a la aplicación de la idea de James Tobin, más cuando obstaculizaba el libre comercio. Lo cierto es que uno de los problemas, al no verse adaptadas estas medidas por todos los países, vendría por el lado de los intermediarios financieros, que se encargarían de buscar los recovecos del sistema y los lugares exentos a este control, para realizar rápidos y cortos movimientos de capital con los que sacar un beneficio (¿os suena la historia?). No sólo hay esta trampa, también nos encontraríamos con la dificultad de definir qué tipo de capital se podría considerar productivo o entraría dentro de lo que se podría considerar como especulativo (pese a que definamos a ésta como el ejercicio de cualquier tipo de actividad económica cuyo objeto es solo la obtención de ganancias, sin mediar el aporte de algún producto o servicio que incremente la riqueza de la sociedad). Transformar unos en otros sería fácil para los inversores, con lo que se saltarían la regla base de la tasa Tobin. Y además, dado que muchos países pobres tienen sus monedas ligadas al dólar, cuando entrase en juego el cambio del capital al euro para pasarlo al dólar y a la moneda del país en cuestión, estas operaciones se verían sometidas a un doble gravamen.
Es difícil calibrar si la tasa Tobin hubiera evitado la crisis, sí es probable que la hubiese amortiguado, pero requiere de una serie de variables vitales para haberla aplicado: los países y sus intereses. Mientras había dinero nadie pensaba en las dificultades, y sin embargo, el mismo problema que se está viviendo ahora sucedió a principios de los años 70, que fue donde Tobin dio su alternativa, hasta lograr el Premio Nobel en 1981, pero no principalmente por la tasa por la que sí se ha terminado haciendo famoso.
La llamada tasa Tobin, ideada por el economista estadounidense James Tobin para gravar las transacciones financieras internacionales, está un poco más cerca de hacerse realidad en la UE. "Alguien tiene que tomar el liderazgo y Europa puede hacerlo", indicaron ayer fuentes comunitarias muy próximas a la elaboración del proyecto para el nuevo impuesto.
Los trabajos están tan avanzados que ya parece resuelto el escollo sobre el lugar de imposición de una tasa que, por su naturaleza, afectará en muchas ocasiones a operaciones transfronterizas o ejecutadas en un país distinto al de los protagonistas de la transacción.
El proyecto elaborado por el departamento de Algirdas Semeta, comisario europeo de Fiscalidad, prevé que la tasa se liquide en el domicilio principal de las entidades financieras que participen en la operación, con independencia de la plaza donde se lleve a cabo física o virtualmente. Si un banco español, por ejemplo, realiza una compraventa de acciones o bonos con un banco finlandés en la Bolsa de Fráncfort, cada entidad deberá liquidar su parte del impuesto ante las autoridades fiscales de Madrid y Helsinki, respectivamente.
La propuesta de Bruselas evita que los recursos generados por el nuevo impuesto se concentren en los países europeos con mayores centros financieros. Los datos manejados por la Comisión indican que un impuesto sobre transacciones de acciones, bonos y derivados financieros aplicado en el lugar de ejecución de la operación reportaría a las arcas públicas de Londres 10 veces más que a las francesas y cinco veces más que a las alemanas.
La diferencia sería mucho menor si se eximiera del impuesto a los derivados. Pero la propuesta de Bruselas, según fuentes comunitarias, prevé una tasa "con la base imponible lo más amplia posible, incluyendo también los derivados". Curiosamente, quedaría exenta la compraventa de divisas, que era el objetivo de la tasa Tobin original. El motivo de esa exclusión sería la posible incompatibilidad de la tasa con la libre circulación de capitales que impera en el seno de la UE.
El codiciado destino de varios miles de millones de euros
La tasa Tobin ha pasado de ser una quimera de los movimientos alternativos a convertirse en el objeto de deseo de las Administraciones europeas. Su enorme potencial de recaudación ha desencadenado ya una lucha sobre el destino de unos ingresos que podrían oscilar entre 20.000 y 150.000 millones de euros. La propuesta que la Comisión Europea aprobará en las próximas semanas aboga por destinar esos recursos al presupuesto comunitario, una posibilidad que no cuenta con demasiados adeptos en las capitales europeas. Para intentar ganar apoyo, Bruselas ofrecerá a los Gobiernos la posibilidad de gravar las transacciones con una tasa superior a la mínima (del 0,1% y 0,01% para los derivados) y quedarse con los ingresos adicionales. París y Berlín parecen más bien partidarios de que la tasa vaya a parar a las arcas nacionales.
La cifra
0,1% de gravamen mínimo para operaciones con bonos y acciones prevé la propuesta de la Comisión, y del 0,01% para derivados.
Lo que James Tobin proponía en realidad era una tasa impositiva de entre un 0,1% – 0,25% sobre el importe de la transacción realizada. El objetivo era desestimular el flujo de capitales para operaciones a muy corto plazo. La tasa perseguía contrarrestar la ganancia obtenida, que en este tipo de operaciones siempre es muy reducida. En palabras del propio Tobin, “echar arena al aceitado mecanismo de las especulaciones que hacen viaje de ida y vuelta en días o pocas semanas“. Claramente la cabeza se nos va directa a los instrumentos financieros complejos, de alto riesgo y alta volatilidad (hipotecas subprime). ¿Y por qué? Simplemente porque la ganancia real en este tipo de operaciones se consigue por la velocidad a la que se mueve el capital en cuestión. Como son varias las personas o entidades que están implicadas en estas operaciones especuladoras, hasta el punto de realizar varias operaciones en el día. Al tener que pagar la tasa Tobin por cada una de las operaciones realizadas, los intermediarios se pensarían mucho llevar a cabo esos movimientos cortoplacistas, principalmente por el hecho de que sería complicado obtener algún tipo de ganancia. Si el movimiento es a un año, la operación no se vería afectada por ningún tipo de imposición, no estaríamos ante algo próximo al riesgo.
Si nos referimos a más de un año en el tiempo, la idea que se buscaba con la tasa Tobin, nada tenía que ver con el control de los mercados que ahora se buscaría, poner un freno al tráfico de cambio de divisas, sino que con lo recaudado se pensaba en una forma de reducir la pobreza (que en realidad es más un problema de producción que de distribución de la riqueza). De ahí el interés del movimiento antiglobalización para financiar sus proyectos con los que mejorar el mundo, y por buscarle una salida a esta recaudación. Pero como comentamos, éste no era el aspecto importante de la tasa.
Ahí fue donde los liberales se mostraron poco conformes a la aplicación de la idea de James Tobin, más cuando obstaculizaba el libre comercio. Lo cierto es que uno de los problemas, al no verse adaptadas estas medidas por todos los países, vendría por el lado de los intermediarios financieros, que se encargarían de buscar los recovecos del sistema y los lugares exentos a este control, para realizar rápidos y cortos movimientos de capital con los que sacar un beneficio (¿os suena la historia?). No sólo hay esta trampa, también nos encontraríamos con la dificultad de definir qué tipo de capital se podría considerar productivo o entraría dentro de lo que se podría considerar como especulativo (pese a que definamos a ésta como el ejercicio de cualquier tipo de actividad económica cuyo objeto es solo la obtención de ganancias, sin mediar el aporte de algún producto o servicio que incremente la riqueza de la sociedad). Transformar unos en otros sería fácil para los inversores, con lo que se saltarían la regla base de la tasa Tobin. Y además, dado que muchos países pobres tienen sus monedas ligadas al dólar, cuando entrase en juego el cambio del capital al euro para pasarlo al dólar y a la moneda del país en cuestión, estas operaciones se verían sometidas a un doble gravamen.
Es difícil calibrar si la tasa Tobin hubiera evitado la crisis, sí es probable que la hubiese amortiguado, pero requiere de una serie de variables vitales para haberla aplicado: los países y sus intereses. Mientras había dinero nadie pensaba en las dificultades, y sin embargo, el mismo problema que se está viviendo ahora sucedió a principios de los años 70, que fue donde Tobin dio su alternativa, hasta lograr el Premio Nobel en 1981, pero no principalmente por la tasa por la que sí se ha terminado haciendo famoso.
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